viernes, 23 de mayo de 2014

Cuando llega la noche

Cuando llega la noche, el vello se me eriza como las espigas de un campo de trigo, buscando una salida para que mis sentidos se puedan esparcir por el entorno vacío de mi alrededor.
Que maravillosa oscuridad, que eterno silencio para alimentar mi alma de dulces tristezas y penas cristalinas, que en forma de diamantes, riegan las tierras de los sentimientos.

Cuando llega la noche, dejo que afloren todas mis voces, voces que arrasan el vacío como una avalancha de cuchillos que van a clavarse en el sordo entorno de otra vida, donde la sangre, no es el río que la mantiene en pie, en otra vida donde el motor principal es la negra espesura de no ser nada, de no pensar, de no sentir,  un motor apagado que nadie escucha, pero que es capaz de sacarte de tus arenas movedizas en el momento exacto.

Cuando llega la noche, la piel se me seca por la falta de emociones, porque ya no tengo ansias y no comprendo el porque. Un susurro frío me atraviesa y deja en mi corazón la única sensación de que sobro en este pequeño y ridículo habitáculo que arrendó mi cuerpo desde que se hizo y  donde además de dejar una sombra inútil, no he podido dejar nada más.

Cuando llega la noche, veo que el reloj de mi historia ha tocado su fin y necesito subir al barco de mis fracasos para zarpar de una manera más digna de la que arribé a la costa de mis miedos, y con un temple inapropiado, me alejo hacia ese horizonte de fuego que se ahoga en el frío y oscuro futuro que no tendré.

Cuando llega la noche abro los ojos y veo la luz que me hace falta para seguir, cuando llega la noche mi vida tiene sentido y siento la helada caricia de mi compañera, la soledad, y con ella doy un paso detrás de otro por el arduo camino que elegí.

Cuando llega la noche se despierta mi alma.



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