Cada día que salgo a pasear, paso por delante de un centro de ancianos.
Personas de piel curtida y arrugada por el peso de la vida.
Cada día que paso por delante de ellos, veo en sus caras una luz apagada y la soledad que los rodea y los mantiene inmóviles sin ganas de dar otro
paso más.
Día tras día les miro y me miran, pero, me miran como si de un holograma se tratase, algo que no es real, porque su realidad está detrás de una negra verja, y es una realidad tan pequeña que, para los que estamos delante de esa verja, pasa desapercibida.
Siempre mirando hacia afuera, como hipnotizados escuchando ese martilleo contra un trapo, cada vez más lento, que les sale del pecho, ese martilleo cada vez más sordo que, como un himno, invoca a los muertos que no tardarán en recogerlos.
A ellos, como herencia de una vida con más penas que gloria, les ha quedado una vieja silla de ruedas, un banco oxidado enfrente del sol, donde a veces, los sientan cerca de una maceta seca pero con más esperanza que cualquiera de ellos, y una sopita a las ocho de la tarde.
Su muerte en vida, la pasan apoyados en una pared cuando hay sol, o si llueve, en una pequeña sala decorada con cuadros baratos de barcos y paisajes comprados en cualquier comercio a punto de cerrar.
Todas las tardes paso delante de esa verja y miro hacia adentro con la esperanza de ver una pequeña sonrisa para no tener que darle la razón a un amigo, que un día me dijo, que deberíamos irnos antes de perder la ilusión, incluso le puso edad, antes de los setenta, pero, creo que Dios quiso que yo ganase la apuesta y una tarde, sentados en un banco, pude ver a una pareja de esas que existe detrás de la verja, cogidos de la mano y sonriéndose el uno al otro, con más seguridad y más emoción que una pareja de adolescentes cuando se besan por primera vez.
En ese momento, era yo el que estaba dentro de la verja.
- ¿Era una ilusión o era verdad?
Me sentí encarcelado detrás de la negra verja viendo la libertad de esa pareja de ancianos, habían vivido toda una vida y les quedaba otra vida por delante, y en ese momento, sentí su felicidad dentro de mi y me dieron la fuerza suficiente para romper la verja que separaba las dos realidades.
Mi amigo perdió la apuesta porque no contó con la ilusión y las ganas de vivir. Tu corazón puede tocar el tambor para invocar a los muertos o puede tocar en la puerta de otro corazón vivo y yo sé donde tocará el corazón de mi amigo.
Triste, precioso y esperanzador
ResponderEliminarrafa me he emocionado, precioso.
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