miércoles, 3 de diciembre de 2014

LOS POETAS MUERTOS

 Dicen que los poetas románticos estamos muertos
porque entregamos el corazón en cada poema que con sangre escribimos.
Dicen que tenemos un hueco en el pecho
que utilizamos para guardar recursos literarios, estilísticos, retóricos
y tantas palabras bonitas, que al final se expanden por nuestras venas
como el veneno que nos da la vida.
Dicen, que en cada verso que escribimos, se nos escapa el alma
porque entregamos hasta la última gota de nuestra pasión rota,
y morimos por esa pasión tan rota y lejana como aquella batalla perdida,
con la que nos desangramos en cada verso que derramamos en el papel.
Y dicen que los poetas románticos utilizamos las rimas
como válvulas de escape a la presión sin razón de amores perdidos,
y que preferimos un crepúsculo sombrío, triste de lágrimas grises,
a la felicidad de flores bellas como los labios de amadas
inherentes a su sensualidad.
Dicen que somos oscuros y tristes
y se nos pronostica un pérfido final a lo natural, desleal a lo establecido,
un final a la vida, porque dicen que somos poetas románticos en el mejor sentido del romanticismo.
Soy romántico de saetas hirientes, con pensamientos escritos
en las plumas que las guían, soy tatuador de besos con el dolor de la verdad,
y sobre todo soy un poeta que ha cambiado su corazón, por agradecidos momentos de tristeza en mi oscura esquina de eternidad,
esa esquina que me ha dado momentos banales y momentos preciosos
de reflejos aterciopelados en tinta mate.
Soy poeta y muero cada vez que escribo,
porque mi sangre es la tinta que te enamora cada noche,
mi sangre te inunda con cada piropo hecho verso,
y soy poeta porque mis letras son las caricias
que te rozan en tu solitaria espera.
Soy poeta porque entrego mi vida en cada verso,
porque muero,
soy un poeta muerto de amor.