Después de la última batalla perdida,
caminando entre los pedazos
de mi fracaso,
extasiado por la desilusión y
sin poder unir los hilos
de la vida que me queda con
la alegría perdida,
levanté el muro que me
protegería de la realidad.
que tratan de cegarme el
amanecer de mis días,
con sus sangrantes manos de
pérfidos corazones,
levanté cuatro torres que
rematan mi muro
protector de los miedos y
redentor de mis pecados.
Cuatro torres altivas que
vigilan mi alma
impidiendo otro ataque de
nuevos sentimientos frustrados,
torres construidas con la
amargura de tantos desengaños,
negras, de piedra románica
con la espesura de la eternidad,
protectoras del futuro que
aún me queda.
duras, impenetrables e
inaccesibles,
destinadas a separarme de las
dulces palabras
que se dicen sin pensar y
traen tristes desenlaces,
torres que asustan por su
indiferencia hiriente.
Después de otra batalla
perdida
me invade el cansancio de tantos reproches
que crecen dentro de mi como
un virus que me domina
y me convierte en una figura
de piedra que asimila
tantas caídas que ya acepta
como normal el fracaso.
Las torres de mi inconciencia
que entre la negra esperanza,
mecen la cuna de mi corazón
roto
y me llenan la cabeza de
recursos saturados de odio,
creando a mi alrededor una
coraza de soledad
que me mueve hacia un
solitario futuro teñido de negro.
Esperanzas rotas cuelgan de
mis torres,
sueños de amor pisoteados, como
trofeos cuelgan,
y cuelga mi voz como gemido
de lamentaciones
porque las torres protegen mi
alma
de nuevos sentimientos
frustrados.