Dicen que tenemos un
hueco en el pecho
que utilizamos para
guardar recursos literarios, estilísticos, retóricos
y tantas palabras
bonitas, que al final se expanden por nuestras venas
como el veneno que
nos da la vida.
Dicen, que en cada
verso que escribimos, se nos escapa el alma
porque entregamos
hasta la última gota de nuestra pasión rota,
y morimos por esa
pasión tan rota y lejana como aquella batalla perdida,
con la que nos
desangramos en cada verso que derramamos en el papel.
como válvulas de
escape a la presión sin razón de amores perdidos,
y que preferimos un
crepúsculo sombrío, triste de lágrimas grises,
a la felicidad de
flores bellas como los labios de amadas
inherentes a su
sensualidad.
Dicen que somos
oscuros y tristes
y se nos pronostica
un pérfido final a lo natural, desleal a lo establecido,
un final a la vida,
porque dicen que somos poetas románticos en el mejor sentido del romanticismo.
Soy romántico de
saetas hirientes, con pensamientos escritos
en las plumas que
las guían, soy tatuador de besos con el dolor de la verdad,
y sobre todo soy un
poeta que ha cambiado su corazón, por agradecidos momentos de tristeza en mi
oscura esquina de eternidad,
esa esquina que me
ha dado momentos banales y momentos preciosos
de reflejos
aterciopelados en tinta mate.
Soy poeta y muero
cada vez que escribo,
porque mi sangre es
la tinta que te enamora cada noche,
mi sangre te inunda
con cada piropo hecho verso,
y soy poeta porque mis
letras son las caricias
Soy poeta porque
entrego mi vida en cada verso,
porque muero,
soy un poeta muerto
de amor.